NO ESTÁN CONFESANDO, ESTÁN ALARDEANDO
Una vez en tenis, habré tenido doce o trece años, terminé la clase habiéndole ganado a todos mis compañeros en uno de esos juegos cortos y rotativos que se hacen para que todo el mundo se divierta (habremos sido ocho, digamos, en dos canchas). Yo salía contento, con la raqueta en el hombro, seguro como estaba de ser por lejos el mejor de la clase, quizás esperando que me “ascendieran” a otro grupo con chicos más grandes, como ya me había pasado alguna vez.
Del otro lado del alambrado, uno de los profes me pidió que me acerque. Pensé que me iba a felicitar, o, justamente, proponerme el cambio de compañeros después de mi despliegue.
Vos nunca vas a jugar bien al tenis, me dijo, porque solo te importa ganarle a tus compañeros. Encontrás la forma ideal de ser el mejor de la clase, te metés en las debilidades del resto. Pero nunca vas a jugar bien al tenis.
Me dio una palmada en la espalda y se metió a las canchas a paso lento. Yo quedé ahí, no muy seguro de si soñé o imaginé lo que había pasado, y en todo caso no son cosas que importen cuando uno es así de chico.
Tenía razón el tipo, a la larga siempre fue eso lo que hice. No solo en el tenis, sino en todos los ámbitos de la vida: si no hay competencia me aburro. Y si me aburro me voy. Mientras compito soy bueno, si no compito, no tanto. En fin, patrones, que les dicen.
Antes de que se preocupen, por supuesto la anécdota es mentira. Pero si hubiera pasado, hubiera sido verdad,
FF